JOHN MAYNARD KEYNES. SU TEORÍA DE LA OCUPACIÓN, EL INTERÉS Y EL DINERO.

Ana Luisa De Maio

Los neoclásicos supieron desarrollar  una teoría del valor basada, entre otras cuestiones, en el avance sobre las teorías de la distribución y los precios de los factores de producción. Constructores de las conocidas teorías del salario  y del interés, convienen sus respectivos mercados en equilibrio en el punto de cruce entre las dos curvas (D: demanda y O: oferta) de las coordenadas, separadas y combinadamente.

En esa precisa composición se reflejaría la optimización de los factores disponibles. En situación de equilibrio, está asegurada la totalidad de la ocupación del trabajo y del capital. Sólo admiten como fallas los errores humanos en la asignación de recursos y/o una falta de confianza que afectarían los postulados de la conocida “ley de Say”: los productores siempre pueden colocar con ventaja sus artículos. O sea: “la oferta crea su propia demanda”. No atribuyen desequilibrio alguno por causas económicas, sino a psicológicas (desconfianza), ya que la formulación económica matemática sería perfecta.

El pleno empleo de Capital y Trabajo –sin existencia de acciones ajenas que desplacen las curvas reduciendo la perfección del análisis- niega la posibilidad de un desempleo que se no se ajuste por sí mismo. Adhiere a la neutralidad del dinero, suponiendo la constancia de su valor.

Esta breve y concisa exposición del esquema clásico muestra dificultades, sea por causa de su propia rigidez como por los tiempos históricos, que desembocaron en los temidos desequilibrios y crisis que estas reglas no previeron ni consideraron.

Fue justamente esta insuficiencia en el análisis, lo que provoca en John Maynard Keynes la necesidad de rever y reformular la teoría a la que adscribió, avocándose a la búsqueda de sus fallas. Intenta encontrar otras alternativas. Con espíritu leal y científico que “ve y vive” críticamente un modelo que no supera ni da respuestas satisfactorias a las nuevas condiciones económicas. “(…) mi sujeción a las ideas preconcebidas (…) constituye la falla principal de ese trabajo (…) “asume en el prólogo de la obra que se examina y refiriéndose a su Tratado sobre el Dinero, revirtiendo ahora su propia concepción sobre las influencias del dinero en el comportamiento de la Oferta y la Demanda, advirtiendo además, distintas clases de desocupación que la anómalas “normales” previstas por la tesis revisada.

Pigou[i] taxa cuatro alternativas posibles para aumentar el nivel de ocupación, pero en todas, advierte Keynes, sólo cabe la desocupación friccional o debida a resistencias y la voluntaria. “Los postulados clásicos no admiten la desocupación involuntaria” propiamente dicha, y como el autor la entiende[ii]. Por esta omisión, tacha de ficticia la plena ocupación y el equilibrio automático, dando cuenta de la metáfora de las paralelas que se tuercen para verse como tales con el propósito de no hacer caer la perfecta conclusión clásica.

Por eso, afirma, que la desocupación involuntaria no tiene lugar en la teoría que revé, pero sí en la realidad de la crisis concreta del momento histórico económico situado y que no da lugar a alternativa posible de omisión. Y a ese estudio se avoca.

Confirma en su desarrollo que ninguno de los dos postulados básicos neoclásicos se sostiene por sí mismo. Para su validez, ambos deben actuar conjuntamente. Observa las relaciones entre salarios nominales y reales. Concluye que si el este último es “un mínimo debajo del cual no pudiera contarse con más trabajo que el empleado en la actualidad, no existiría la desocupación involuntaria” (ni siquiera la friccional). Por lo tanto, sigue “(…) La equivalencia de tales mercancías con el salario nominal existente no es una indicación precisa de la desutilidad marginal del trabajo (…)[iii] Encuentra ficticia la teoría de los niveles generales de salarios reales. “Que la mano de obra esté dispuesta a aceptar menores salarios nominales, no es por fuerza un remedio a la desocupación (…)”.

A su vez, se desengaña de la suposición  neoclásica de que lo no se consume se invierte en la producción de riqueza en forma de capital, que “todo acto de un individuo que lo enriquece sin que aparentemente quite nada a algún otro también debe enriquecer a la comunidad en conjunto (…) y que la suma de ahorros individuales será exactamente igual “al total del incremento neto de la comunidad”. Esto es un engaño, escribe. Expresamente afirma “(…) Es una ilusión óptica (…) creer que lo que no se consume hoy, se hará mañana (…)”.

El economista ataca el principio, pues refiera que si  así fuera, la competencia entre los empresarios conduciría siempre a un aumento de la ocupación. Entonces, ¿cuál sería la causa de la desocupación extraordinaria e involuntaria que la crisis económica está mostrando? ¿Por qué se manifiesta la falta de empleo involuntario si todos los factores tienden a optimizarse en corto plazo?

Identifica y argumenta así la caída de todos los postulados clásicos en su sentido riguroso y estricto. Indica que al aumentar la ocupación, también lo hace el ingreso total y por tanto el consumo crece, pero no en la misma proporción que aquél. Se necesitaría, entonces, inversión suficiente –cuyo monto dependerá de los incentivos para invertir- como para absorber el excedente productivo y mantener el nivel de ocupación considerando la propensión a consumir de la comunidad y obteniendo el nivel de equilibrio ocupacional deseado.

Así dado, los empresarios acusarán una pérdida que será absorbida por la inversión necesaria que dependerá de aquellos incentivos: “(…) Si se busca una cantidad dada de ocupación debe existir cierto volumen de inversión que baste para absorber el excedente de producción sobre el consumo.[iv]

Por supuesto que para que los grandes acumuladores de capital se sumen a nuevas iniciativas, éstas deberán ser atractivas, por lo que la tasa de interés debe estar acorde al incentivo que se desee. Si no se tiene en cuenta las relación entre la propensión a consumir, la eficiencia marginal del capital, las tasas de interés y la teoría de los precios, debidamente compatibilizada conjuntamente con una “insuficiencia en la demanda efectiva” que se hace realidad y no suposición teórica, el optimismo de la teoría tradicional se desvanece en estrepitosa caída.

Keynes entiende que deben sentarse las bases del mercado y del sistema monetario, que simplemente no se autorregulan sino en circunstancias especialmente dadas, situación que no es válida en la realidad socio histórico keynesiano. Aparece entonces  el Estado como medio- instrumento- herramienta de regulación y factor de presión ante las insuficiencias del modelo clásico. Mediante su intervención en la cantidad de base monetaria, calidad, previsión y acción concreta, los valores parametrales mencionados, morigerarían e incluso desactivarían las deficiencias del modelo clásico, que relega al Soberano un libre rol. “Espero ver al Estado- afirma nuestro autor- asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones sobre la base de la conveniencia social general”.

Sin embargo, no deja de generar especial atención al efecto multiplicador del dinero, la inversión y su análisis sobre los distintos grados de ocupación. Sincera y advierte sobre los posibles riesgos de una situación inflacionaria: “(….) Cuando se alcanza la plena ocupación, cualquier intento de aumentar la inversión pondrá en movimiento una mayor tendencia de los precios a subir sin limitación, independientemente de la propensión marginal a consumir, esto es, nos encontramos frente a un estado de inflación verdadera. En esta situación, sin embargo, el crecimiento de los precios irá acompañado de un aumento del ingreso global real (…)”.

Las medidas gubernativas deberían ser cuidadosamente planeadas, implementadas y corregidas para que la intervención estatal sea eficiente y eficaz. Así menciona especiales factores de distorsión, los que deberían ser severamente auditados: la financiación de la política, la cantidad de efectivo, el alza de los precios y la consecuente suba de interés contractiva de la inversión se corregirían con una baja real en las tasas de interés, restringiendo posibles estados de desconfianzas producto de “psicologías confusas” en los programas de gobierno, como así también las relaciones comerciales internacionales, haciendo expreso hincapié en los efectos indeseables en el nivel de ocupación de una nación con balanza exterior desfavorable.

En resumen, su teoría suele considerarse ortodoxamente tal como lo fuera las de sus antecesores. Como éstos, también los detractores señalan que sólo puede funcionar en tiempos de crisis o intervalos económicos de recesión y conflicto. Como fuese, esas crisis parecerían ser la normalidad y los estándares clásicos previstos la anormalidad.

Su intento, al menos, vale por el solo hecho de reconocer una realidad palmaria: los modelos económicos sólo funcionan bajo ciertas condiciones que no permanecen invariables en todo tiempo y lugar. Lo interesante es preguntarse “ahora qué”, y encontrar algunas posibles soluciones para volver a recalar en lo que será  el punto de partida para algunos y el de vuelta para otros.

Ana Luisa De Maio

Bibliografía utilizada:

  1. Investigación Sobre la naturaleza y causa de la rigueza de las naciones. Adam Smith
  2. Principios de Economía Política y Tributación. David Ricardo.
  3. Principios de Economía. Un tratado de Introducción. Alfred Marshall
  4. Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero. John Maynard Keynes
  5. La macroeconomía después de Lord Keynes. Kicillof Axel.
  6. Valor, Acumulación y Crisis. Ensayos de Economía Política. Anwar Shakh.

 

[i] Mencionada por Keynes como la “única descripción detallada que existe de la teoría clásica de la ocupación”.

[ii] “los hombres se encuentran involuntariamente sin empleo cuando en el caso de que se produzca una pequeña alza en el precio de los artículos para asalariados, en relación al salario nominal, tanto la oferta total de mano de obra dispuesta a trabajar por el salario nominal corriente  como la demanda total de la misma, son mayores que el volumen de ocupación existente”.

[iii] Dos objeciones concretas: la teoría clásica no define la conducta real de los obreros y resulta falaz que el nivel general de salarios esté determinado por los convenios colectivos.

[iv] El público es sólo un curioso que observa el intento de un economista de entrar una solución a las diferencias profundas de criterio que por ahora han destruida casi toda la influencia práctica de la teoría económica y seguirán destruyéndola mientras no se llegue a un acuerdo”.

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